domingo, 23 de febrero de 2014

El espíritu de rama: Ramas - Gustavo Rázuri


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CAPÍTULO 7:  Ramas

Elías se levantó y lo primero que dijo fue <<Mi cabeza>> y sin entender que pasaba a su alrededor. Parecía un túnel sin fin y trataba de explicarse que era aquel sitio.

-          Padre ¿Qué ocultabas? – dijo Elías.

Caminó lentamente porque la caída había dejado un gran golpe en su pierna derecha. Recordó que su padre le contaba la historia de un túnel secreto el cual tenía un gran tesoro del cual le pertenecía a la familia. Para llegar a ella tenía que pasar un gran foso que podía costarle la vida, luego un gran camino demasiado oscuro y que tenía que seguir la luz de la piedras de color azul. Al caminar más de un kilómetro, apreció varias piedras en el suelo de diferentes colores; Azules, Rojas, Amarillas, Verdes. Recordó aquel cuento y comenzó a andar hacia las piedras azules. Cada vez se concentraban las piedras y los caminos se iban separando de las otras. Todo comenzó a volverse muy intrigante porque su padre nunca le dijo que encontraría al final del camino, pero Elías siguió adelante como un guerrero buscando su victoria, un príncipe buscando su princesa; pero su camino comenzó a tornarse interminable porque sintió que caminaba en círculos.

Después de dos horas llegó al final del camino en una pared de piedra y todo exhausto tan solo dijo “¿Esto es todo?”; Elías veía a su alrededor y no entendía. Quizás su padre nunca le contó el final porque no terminó el camino. Rendido en el suelo busca una explicación rápida porque estaba siendo perseguido. Miró al suelo y vio que las piedras azules rodeaban una puerta de madera muy disimulada. Comenzó a buscar los bordes de la puerta para de alguna manera lograr abrirla. Teniendo todo limpio, en la puerta decía su nombre, Elías. De un borde levantó la puerta y vio otro camino con las mismas piedras azules. Bajó y vio una luz blanca a lo lejos.

-          Padre ¿Qué ocultabas? – Dijo.

Intentó correr con su pierna herida y de a poco se iba acercando a esa luz tan potente. No veía la hora en llegar y descubrir el final de la historia que le contaba su padre. Al llegar lo único que hizo fue mirar el gran espacio. Se sentía tan pequeño que se enfocó la potente luz que salía de arriba. En las paredes se veían grandes ramificaciones de árboles, como si fuera su sostén para que no se derrumbara. Su apariencia era como una cápsula. A parte, las paredes solo estaban hechas de la misma naturaleza. La mayor parte del suelo estaba cubierto de agua y en medio sobresalía una base circular con 2 metros de alturas al piso normal. Elías tenía que caminar por escaleras de piedra para llegar hasta la base circular. Cuando pisó el primer escalón, comenzó a moverse como si fuera a hundirse. Miró la profundidad del agua y estaba muy oscuro. Subió lentamente cada grada y presintiendo demasiado peligro. No dejaba de mirar al frente porque había un libro en un altar. Cuando llegó apreció a su alrededor la belleza del lugar, el sonido calmante del agua, las paredes tan acogedoras que resaltaban la misma naturaleza, y en el centro, una potente luz que daba una tonalidad de paz.
Elías se acercó lentamente al altar y vio que estaba cubierto por una manta transparente. Lo destapó y vio un cuaderno viejo. Con su mano quitó el polvo para apreciar la portada. Decía “Mi Rama”. Elías lo agarró se sentó y se apoyó en el altar. Abrió el libro y las primeras palabras que leyó fue “Ahora te entrego esta rama, depende de ti si aprendes a quererla como yo te he querido”. Dio giro a la siguiente hoja y encontró un pedazo de rama. Lo agarró con mucha delicadeza y lo miró detenidamente. Lo dejó a su costado y siguió leyendo.
Pasaron 5 horas que leyó el libro y en el transcurso de la lectura, sonreía, lloraba, dudaba, se preguntaba, y a las finales, entendió y lo único que hizo fue alzar la mirada y decir “Te entiendo padre. Cuidaré mucho de ti”.
Elías se dio cuenta que aún tenían hojas en blanco. Se asomó en el altar y encontró un lápiz. Agarró y comenzó a escribir. En las 2 horas que se la pasó escribiendo, terminó escribiendo la misma frase de su padre, pero con una ligera modificación. “Ahora te entrego esta rama, depende de ti si aprendes a quererla como yo te he amado. – Elías.”

Cerró el libro y se paró. Dejó el lápiz en su sitio y solo dijo:
-          Ahora tengo mi razón para sonreír. – Gritó.

Miró a su alrededor y buscaba otro camino para salir. Vio una salida al otro extremo, pero no había forma de llegar porque no había escaleras. Bajó por las mismas escaleras y estando a la altura del agua, se sumergió manteniendo el libro en el aire. Nadó lentamente hasta llegar a la otra salida. Apoyó el libro sobre la superficie y luego subió él. Cuando estaba a punto de irse, recordó la rama. Lo había dejado en el suelo. Nadó muy rápido y llegó a las gradas. Subió y cogió la rama. Alzó la mirada y vio a Igor entre las primeras gradas.

-          ¿Qué quieres de mí? – Gritó Elías.

Igor comenzó a subir lentamente.

-          Tú sabes que quiero de ti y no descansaré hasta que tu alma sea mía.

Elías retrocedía hasta chocar con el altar.

-          ¿A qué temes Elías? – Sonrió – Somos amigos y lo único que quiero es ayudarte.
-          No. – Se lanzó al agua.

Igor alzó las manos y dio una carcajada.

-          Eres un tonto Elías. Solo harás que las cosas empeoren para ti. Al final de todo, morirás en mis manos y nadie tendrá el valor de salvarte.

Comenzó a temblar y las paredes comenzaron a destruirse. Las raíces se quebraban. El lugar estaba colapsando. Nadó, subió, cogió el libro e intentó correr lo más rápido. Aguantó el dolor de su  pierna. Se escuchaba tan cerca la risa siniestra de Igor. A una cierta distancia de correr por el túnel, dejó de colapsar.
Elías se echó en el suelo y descansó. Cansado de todo, se quedó dormido y entró a un sueño profundo.
Regresó al mismo escenario que había soñado antes. Elías se sentó en la misma banca. Se dio cuenta que el paisaje no era el mismo. Veía un paisaje desierto muy a parte del ambiente de donde estaba. Había casco de guerras tirado y muchas armas en el suelo.

-          ¿Qué habrá pasado aquí? – Se preguntó muy arrogante.

Un hombre con traje de soldado muy maltratado y con un puro en la boca se sienta dónde estaba Elías. Como era costumbre, Elías solo era un espíritu en ese sueño. Elías se paró y lo quedó observando como fumaba y a la vez se aguantaba esas ganas de llorar. Un niño pasa llorando lentamente y sin cesar, era como un cachorro que solo buscaba amistad y no la halló. El hombre que fumaba tan solo lo vio y le habló.

-          ¿Por qué lloras niño? – preguntó el hombre con mucha desesperación por su tristeza.
-          Mis amigos no quieren jugar conmigo. – se sentó el niño a su costado del hombre.

El hombre apagó su puro con la madera de la banca y lo tiró entre las ramas del suelo.

-          Eso ya no va a importar cuando crezcas niño. Ya debes de pensar en madurar. – su frialdad le ganó al hombre.
-          ¿Cómo te llamas? – Entusiasmado preguntó el niño.
-          Me llamo Dante. – Respondió.

El niño se paró en frente de él. Recogió su puro y le dijo con una voz de mando “présteme su encendedor”.

-          ¿Qué quieres hacer? – el hombre se sorprendió porque agarró lo que estaba fumando.
-          Quiero hacer cosas maduras. – Sonrió el niño.

Dante agarró el puro y lo tiró más lejos.

-          No hagas esas cosas. – le gritó – puede hacerte mucho daño.
-          ¿Y usted por qué lo hace? – dijo.

Dante mira atentamente a joven y le da un abrazo.

-          La vida es gris. Debemos adecuarnos a esa tristeza niño. Debemos madurar y hacer cosas de adulto. – lloró.

El niño lo cogió de la mano y vio el paisaje con él.

-          Mi padre murió. Me dijo que iba a regresar a jugar conmigo. Pero sabes, él aún sigue jugando conmigo a pesar que desde acá puedo observar su sombrero de batalla. Me dijo que las batallas no son las que luchamos con otras personas, sino las que luchamos por ver entre las tormentas. No me gusta que mis amigos estén triste porque sus padres ya no regresarán. Mírame, sé que mi padre está entre ese desierto, pero estoy aquí, queriendo jugar, sin perder mi espíritu de niño. Madurar no consiste en hacer cosas de grandes y mirar el mundo frio y cruel. Consiste en un juego, pero ¿Qué clase de juego? Nuestra felicidad y nuestra agonía. – el niño agarró una rama – mi papa siempre me dijo que cada vez que vea a un niño triste y que intente comportarse como adulto, le diera esta ramita. Ahora aprende a querer este pedazo de rama. Esto tan insignificante, pero tan valioso. Como tú. Tan insignificante para el mundo, y tan valioso para mí.
Dante agarra la rama y le dice al niño con lágrimas.
-          ¿Quieres jugar entre el desierto? – sonrió – Puedo cargarte y simular que estás volando.

El niño complacido, se deja alzar por el hombre y lo llevar cargado en el gran desierto.

-          Vamos hijo, juguemos. – sonrió.

Elías los vio alejarse lentamente en el desierto y sin saber, aún la guerra estaba activa. Dos disparos perdidos tumbaron a ambos. Elías se sentó en la banca y se quedó mirando la escena de guerra mientras dos niños o dos adultos solo intentaban… jugar.



"Relatos del Monseñor" 



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1ª Edición: Editada y corregida.
Autor: Gustavo Ballena Rázuri, Lambayeque, Perú.
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