domingo, 16 de junio de 2013

El espíritu de rama: Elías - "Monseñor"


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CAPÍTULO 1:  Elías

Los años que han pasado nunca se había visto una luna tan brillante como hoy. ¿Porqué hablar de la luna mientras que Elías decide regresar a su viejo hogar? Cuando él tenía 13 años era una persona llena de esperanza y con muchos dones. Como todo joven se iba a jugar su partido de fútbol, cazar animales como lagartijas y jugar a las carreras. Un día me contaron que “sonreír es bueno” y que nadie tiene derecho a arrebatárselo.
Era un 4 de julio que Elías perdió su sonrisa. Se preguntarán porque les comento lo anterior. Elías, con unos 2 días para cumplir 14, perdió su sonrisa.


Tenía una hermana y sus padres. Esta familia vivía en un hogar pobre pero de un corazón fuerte. Faltaba horas para que oscureciera e irse a su casa, pero Elías se quedó un par de horas con su hermana echados en el pasto del vecino. Era la única casa que tenía vegetación porque las demás no contaban con los recursos y experiencia necesaria para cultivar. Su hermana era una joven de 17 años que le gustaba enseñar a Elías el “sentido de la vida”. Sus ojos y su cabello eran de color café. Ambos eran blancos y eran muy sonrientes. A pesar de su pobreza siempre andaban con ropa limpia y de buen vestir. Su hermana Victoria señaló el cielo estrellado y le susurró a Elías.

-          Hermano ¿Sabes que te voy a regalar? – Señaló la estrella.


Elías intentaba buscar aquella estrella que señalaba pero nunca supo cual era.

-          ¿Una estrella? – Sonrió fijamente a Victoria.
-          Si. – Afirmó.


Elías se sentó en el pasto y la miró.

-          ¿Y cómo piensas bajarla de ahí? – Insistía Elías.
-        Ya la bajé. – Hizo un puño con la mano que señalaba – Acá está guardada para el día de tu cumpleaños.


Elías todo emocionado intentaba abrir la mano de Victoria.

-      No insistas Elías porque no te la daré hasta el día de tu cumpleaños. – Se sentó en el pasto junto con Elías.
-          Está bien, esperaré 2 días más. – Gritó al cielo ilusionadamente.


Victoria se paró y se fue caminando para su casa.

-         Vamos Elías ya es tarde. Además la cena ha de estar servida.


Elías se volvió a echar en el pasto y se quedó mirando el cielo.

-          Dentro de unos minutos voy, quiero recordar las estrellas antes que me des la mía.

Victoria se reía silenciosamente por su gran entusiasmo por las estrellas. Intentaba asimilar si al tenerla en sus manos iban a brillar así como en el cielo. 

-          Está bien hermano, pero no olvides…
-          Siempre sonreír. – Terminó la oración de Victoria. – Ya me lo sé desde pequeño.

Victoria se acercó a Elías y sacudió su cabello.

-          Y es por eso que te hago acordar siempre hermano. No demores.


Victoria entró a su hogar mientras que Elías tenía un millón de ideas de cómo sería su estrella, aquella encerrada en el puño de su hermana. Anhelaba ese gran día para poder tenerla por primera en sus manos y enseñarles a sus amigos que tenía una del cielo. A unos minutos Elías se percató que alguien salía de la casa vecina y se paró rápidamente.

-          Mocoso sal de mi pasto. Esto no es un parque. – Gruñó un viejo amargado.


Elías se dirigió a su casa mientras miraba al viejo amargado.

-          Lo siento señor amarguras. – Soltó una carcajada.

El viejo con su poca fuerza intentaba llegar hacia Elías.

-          ¿Qué has dicho pequeño demonio? ¡Fuera de mi jardín diablillo! – Alzaba su bastón con su poca fuerza.


Elías corrió hacia su casa y tocó la puerta insistentemente.

-          Hermana ábreme que se acerca don amarguras. – gritó Elías.
-          Pequeño mocoso ya te alcanzo. – gritó el viejo.
-          Ya verá que no. – le hizo muecas.


Victoria logra abrir la puerta a tiempo para que Elías pasara corriendo. Su hermana se queda en la puerta a hablar con Don amarguras.

-          ¿Qué pasa Sr. Franklin? – se paró frente a él.
-          Ese pequeño demonio no deja de estar en mi pasto. Ya le he dicho a ti y a tu hermano que no es un parque para que estén echados. – gritaba sin parar y sin agitarse.
-          Es solo un niño Sr. Franklin, discúlpelo pero debe entender que acá no hay sitios donde los jóvenes pueda respirar aire con vegetaciones.

Cansado de gritar, tomo aire el pobre anciano y se calmó.

-          Que no vuelva a suceder esto.
-          No se preocupe, no sucederá de nuevo. – Acompañó al señor Franklin a su hogar. 

Cuando Victoria dejó al Sr. Franklin fue inmediatamente a hablar con Elías. Él estaba en su cuarto donde tenía pegados un montón de figuritas de sus juegos favoritos y una gran canasta de pelotas. Tenía un estante  lleno de libros de ficción. Su cuarto era pequeño pero lo suficiente para vivir cómodamente. Al entrar Victoria, encontró a Elías leyendo. Se acercó silenciosamente y lo asustó.

-          ¿Qué lees hermanito? – Le susurró.

Elías dio un brinco y volteó.

-          Me asustaste hermana. – se rió. – Solo leo unas de las historias que me gustan.
-          ¿Y de que trata esa? – Tomó el libro.
-    De un niño que se aventura en un pantano para rescatar a su pueblo y así ser felices. – Sonrió entusiasmadamente.
-          ¿Ya no eres algo grande para leer estas historias? – Preguntó.
-          ¿Y tú no eres algo grande para estar echada con un niño como yo en un pasto? – la miró fijamente.


Victoria sonrió y lo abrazó.

-          Lo hago por ti hermano. Bueno sigue leyendo tus cuentos, debo ayudar a mama a lavar los platos.
-          Vale.


Victoria estaba cerrando la puerta de su cuarto hasta que se acordó que Elías no había cenado.

-          Verdad, aún no cenas. Baja para que comas y luego continúas leyendo.


Elías cerró su libro y acompañó a su hermana.

-          Vamos que me muero de hambre.


Mientras bajaban Elías y Victoria, su padre aún seguía encerrado en su cuarto más de una semana. Elías miró en el suelo que había la misma bandeja de comida de hace 3 días. Elías se detuvo y entró caudalosamente al cuarto de su padre. En su cuarto se percibía mucha tristeza y rencor. Miró que en todas las paredes había colgado muchos mapas que marcaban ubicaciones y toda la mesa estaba lleno de planos con muchas velas. Vio a su padre que estaba todo sucio, con un traje azul que llevaba puesto muchos días. Elías fue hacia su padre y lo abrazó a pesar de su mal olor. El padre vio a Elías, lo alzó y lo sentó encima de la mesa. 

-          ¿Qué haces papá? – preguntó insistentemente. - ¿Porqué tienes muchos mapas colgados? ¿Y la cama?
-          Estoy que trazo estrategias para nuestros amigos hijo. – Comenzó a rayar planos.


Elías vio que la mesa tenía muchas fichas que marcaban la ubicación de un sitio.

-          Estos mapas me dicen la ubicación exacta de animalitos para cazar. – señaló el padre.
-          ¿Animalitos? – Dudó Elías.
-       Si. Parece que los animalitos quieren invadir estas tierras y ya no vamos a poder vivir tranquilamente.     Este es un plan para cazarlo para que podamos vivir tranquilos hijo. – señaló muchas fichas.


El niño emocionado por tantas historias y cuentos quiso ayudar.

-          Déjame ayudar papá, sería mi primera aventura.


El padre sorprendido le dio un consejo.

-          Hijo – Lo miró fijamente a los ojos – Solo acuérdate que cuando estés es tu misión que te voy a dar harás lo siguiente.
-          ¿Qué cosa padre? – se paró de la mesa.
-          Comerás… Te lavarás… y dormirás. Eso harás por 3 días. Esa es tu misión cuando yo la ordene.
-          ¿Y cuando comenzaré con mi misión? – Susurró Elías para que no escuchara nadie.


El padre se asomó a la ventana de la habitación, miró y regreso hacia su hijo.

-          ¿Ves la luna? – señaló el padre.
-          Si la veo. – afirmó Elías.
-          Cuando no puedas ver la luna desde la ventana de tu cuarto estando echado vendrás a verme.
-          Vale. – Hizo posición de “firmes” como en el ejército.


El padre sonriente le acaricia su cabello.

-          Anda cena hijo, luego hablaremos. – le abrió la puerta.


Elías fue corriendo muy entusiasmado al comedor y con la idea de tener su primera misión como un aventurero de sus cuentos que solía leer. Cuando llegó al comedor, se sentó rápidamente en la silla y destapó el plato que permitía mantenerlo caliente y cuidarlas de moscas y otros bichos. Mientras comía, veía a su mama y a Victoria lavando los platos.

La madre de Elías era una mujer de apariencia delicada y de buen aspecto. Emitía una amabilidad y generosidad a todos sus vecinos. Tenía los mismos rasgos que victoria, pero su pelo era más corto y ondulado. Su nombre era tan dulce como su voz. Luz era su nombre de aquella madre que cuidaba a sus dos hijos de una manera especial. Era una familia muy unida hasta que sucedió lo que sus padres temían que llegara.

Cuando terminó de comer, se paró inmediatamente a la cocina para lavar sus platos y cubiertos. Mientras lavaba veía que su hermana y su madre estaban acomodando los víveres en la refrigeradora y en los reposteros. Cuando terminó de lavar sus platos, lo colocó encima de otros platos lavados y les dio el beso de las buenas noches a su madre y a su hermana.

-          ¡Espera! – Exclamó Luz con delicadeza.


Elías se detuvo a la primera grada y se regresó a la cocina.

-          Hijo, te olvidaste de algo. – Sonrió Luz como suele hacerlo todas las noches.


Elías se va directamente hacia ella y la abraza fuertemente. Su hijo le susurra a su oído y le dice, “eres la mejor mama que he podido tener”. La madre contenta y mirándole a los ojos le responde.

-          Y tú eres mi hijo más valiente que pueda existir. Nunca dejes de sonreír. Te quiero hijo. Ve a dormir. – Soltó a Elías para que fuera a su dormitorio.
-          Lo haré luego madre. Terminaré de leer mi historias y me echo. – afirmó una promesa con su mano.
-          Vale hijo, pero no te quedes hasta muy tarde. – Samaqueó su cabello.


Elías todo despeinado y alegre se fue corriendo a su habitación para terminar de leer sus historias y comenzar la misión que su padre le había dado. Elías se echó en su cama junto con sus obras para ver el momento exacto que la luna desapareciera. Tantos minutos de espera se quedó dormido junto con su libro.
En un par de horas, siendo casi media noche, entra Luz y su esposo a la habitación de Elías. Lo ven dormido con una sonrisa. La madre derrama lágrimas en el rostro de Elías y el padre solo la abrazaba.

-          Ya todo pasará. Solo tenemos que proteger a nuestros hijos. – dijo el padre.
-          Lo sé. Espero que Elías siga sonriendo después de todo. – afirmó la madre.
-          Verás que sí. Nuestros hijos son valientes y todo se podrá. – dio seguridad a Luz.


Luz y su esposo se retiraron de la habitación apagando la luz que había dejado encendida. A veces pensamos que una sonrisa basta, pero ¿Qué hay de la sonrisa del alma? Elías era aún muy joven para ser fuerte. Su mundo iba a caer y no iba a superar, al menos que cuente con su hermana Victoria en todo momento. Solo estoy a un par de horas más para que Elías se vuelva aquel viejo amargado e infeliz que es ahora. 

"Relatos del Monseñor" 
(cada domingo)


©
1ª Edición: Editada y corregida.
Autor: Gustavo Ballena Rázuri, Lambayeque, Perú.
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