lunes, 3 de febrero de 2014

El espíritu de rama: Igor - Gustavo Rázuri


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CAPÍTULO 5:  Igor


-          Elías. Elías. – Una voz suave susurraba con mucha delicadeza.


Elías abrió los ojos y vio un mundo diferente a donde estaba. Había muchos árboles y él estaba apoyado sobre ramas. Se paró adolorido y observó su alrededor. Comenzó a escuchar la voz de un niño llorando y no dejaba de observar a su alrededor para encontrar al niño.

-          ¿Dónde estás? – Gritó Elías.


El niño dejó de llorar apenas habló. Elías comenzó a caminar y a pasar entre varios  árboles, hasta que encontró una banca y en él, estaba un niño con la mirada agachada.

-          ¿Por qué lloras? – Preguntó Elías mientras se sentaba.


Elías escuchaba detenidamente como su respiro era agitado y se aguantaba las ganas de llorar.

-          Tranquilo, todo estará bien. – Elías lo consoló.


Cuando se acercaba para darle un abrazo, lo atravesó al niño. Elías todo confuso se levantó exaltado y no dejó de observar al niño.

-          ¿Qué rayos está pasando aquí? – Se preguntó así mismo.


El niño se para lentamente y cae de rodillas al suelo de ramas y mira directamente al sol.

-          ¡Por qué! – Gritó desesperado el niño.


Elías lo único que hizo fue sentarse y se quedó observándolo. En unos segundos notó que la luz del sol comenzó a alumbrar directamente al niño y desde el cielo se escuchó una voz de poder.

-          ¿Qué deseas hijo? – dijo la voz desde los cielos.
-          Se hicieron tantas promesas de las cuales ahora solo el sol radiante lo desvanece. Oh bella vida que alumbra bajo las gotas de agua, ¿Cuánto tiempo más esperaré? – Gritó el niño.

Un gran viendo sacudió muchas ramas y al niño lo tumbó quedando echado entre las ramas. El sol dejó de alumbrarlo.

-          ¿Esperas que te dé una señal o que te diga que escoger? ¿Piensas que caerá un gran cometa y guiará tu camino? – Se burló la voz de los altos cielos. – Son tus propias palabras y decisiones las cuales tienes que saber. No esperes que alguien escoja por ti o te mencione que debes de elegir. Además, todo camino tiene sus dificultades. ¿Piensas que encontrarás sin moverte de aquel sitio?

Se escuchó una gran carcajada.
-          ¡NO! – sopló fuerte. – Si no estás dispuesto a luchar por ti, no lo hagas. Así de simple.


Elías se levantó preocupado por el niño y se detuvo en mitad del camino al observar que el joven se levantaba por sí mismo

-          ¿Por qué?


Y el sol volvió a alumbrar al niño que estaba frustrado por sus ideas.

-          Si aún no sabes luchar por ti, ¿Cómo lucharás por otro? – Un viento suave rozó sus mejillas. – Muchas personas te pueden ayudar en tu luche, pero ten en cuenta que no estarán esperándote eternamente con su mano extendida. Muchos llegarán al grado de humillarse ante ti, llorarán ante ti, te abrazarán y te dirán “si puedes”; Pero ellos tienen sus límites.


El niño se levantó enojado y gritó de furia.

-          Se supone que iban a estar siempre conmigo. ¡EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS! – Sus lágrimas recorrían todo su rostro.


Y una gran tormenta tapó la claridad del cielo y se tornó oscuro.

-          Ellos lo hacen y lo harán siempre. Pero debes saber que eres TÚ el que no lo aprecia. No solo pienses en ti. Ellos tienen sentimiento y algunos, como te dije, son capaces de matar su orgullo por una persona tan INSIGNIFICANTE COMO TU. Pero ellos no siempre andarán atrás de ti. Si los rechazas, ¿Qué esperas? 


El niño se postró y alzó la mirada al cielo.

-          Quiero cambiar. – Dijo con una voz dulce y de dolor.


La tormenta paró y vio de nuevo la luz radiante.

-          Anda, recoge de nuevo aquella rama, porque ese eres tú. Y así como yo te la he dado, depende de ti cuidarla.


Y del suelo agarró una rama, lo guardó en su bolsillo, y se fue sin un rumbo. Elías seguía observando cómo se alejaba el niño lentamente.

-          Elías. – Una voz volvió a susurrar.


Un gran temblor comenzó a sacudir todo el ambiente. Comenzó a aparecer neblina y Elías intentaba huir. Corría desesperadamente. No sabía para donde ir porque solo había árboles a su alrededor.

-          Elías. – Gritaron su nombre desde los cielos.
-          ¡DÉJAME EN PAZ! – gritó.


Por andar observando de dónde provenía la voz, se tropieza con una piedra cayendo entre muchas hojas y ramas. El temblor paró y Elías se levantaba lentamente. Comenzó a escuchar pasos como si alguien se acercara a él. Elías no quiso levantar la mirada por miedo.

-          Elías, mírame. – susurró.


Elías alzó la mirada y vio a lo lejos a un hombre parado con una túnica negra que sostenía una hoz. Elías se quedó frío porque presenciaba a la “muerte”.

-          ¿Qué quieres de mí? – preguntó muy asustado.
-          Tu alma. – Dijo.


Elías se paró y lo miró detalladamente. Vio que había niños a su alrededor y estaban felices.

-          Ven, no te haré daño. – Dijo con una voz amable.


Elías no confiaba en él.

-          ¿Por qué quieres mi alma? – Gritó – Yo soy libre y he venido a afrentar mi pasado.


El hombre misterioso se burló.

-          Tú has huido de tu destino hace muchos años. Te escapaste de mis manos y decidiste afrentarme como si tuvieras poder de tu destino. Te he perseguido durante años. Ahora estas aquí, en donde inició mi búsqueda.


Elías dio un paso hacia atrás.

-          No. Estoy acá para cambiar y ser feliz así como un día mis padres me enseñaron a sonreír.


El hombre misterioso comenzó a caminar alrededor de él junto con los niños.

-          Tienes dos caminos que escoger. El primero está en venir junto a mí y acabar con todo esto, o, puedes regresar a tu mundo real y buscar lo que tanto anhelas. Pero en tu segundo camino no descansaré hasta verte destruido y que llegues a ser mío. Te perseguiré y haré tu vida un caos. El mundo estará en tu contra, y si es necesario, ellos mismo te matarán. Ahora… ESCOGE…. ¿Morir ahora, o, morir después 7 veces más doloroso que antes?


Elías no sabía que escoger.

-          Tú decides por tu alma. – Dijo el hombre misterioso.


Elías retrocedió y lo señaló.  

-          Tú no tienes mi destino. Yo lo creo y lo formaré. Yo soy el quien decide cuando morir o no. Yo decido cuando sufrir o no. Yo soy el único responsable de mis decisiones y de mis actos que vaya a tomar a partir de ahora.


El hombre lo miró con una sonrisa fingida.

-          Ya veremos Elías. Tu alma será mía, pequeña rama.


Elías se sintió mareado y cayó al suelo perdiendo la conciencia. El hombre se acerca ante él y le toca la mano.

-          Acuérdate de mi nombre Elías. Me llamo Igor.


"Relatos del Monseñor" 



©
1ª Edición: Editada y corregida.
Autor: Gustavo Ballena Rázuri, Lambayeque, Perú.
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